Inicié el blog con buenas intenciones y muchas ilusiones, como he empezado siempre cualquier cosa que ha sido un desafío en mi vida, pero el día a día me ha ido comiendo terreno y mi reino de la luz se ha convertido en una minúscula isla al final del más allá, donde cada día primero, cada semana después y más tarde cada mes, me formulaba la intención de volver a escribir, de volver a expresar mis sentimientos, de volver, en definitiva, a gozar de poder teclear estos signos que, colocados unos detrás de otros, dan sentido a ese día a día que ha ganado la batalla.
Me preguntaba una y otra vez si realmente tenía algo que contar, si era importante siquiera para mi misma, o si el hábito de lo cotidiano había apagado toda mi luz.
Y así, con el cansancio de no poder encontrar el camino de vuelta, me senté el sábado a recordar mis pequeños y viejos rituales, como comprar libros cada 23 de abril y celebrar que puedo vivir más vidas además de la mía. Y con la tradición cumplida al filo de la medianoche me propuse comenzar a buscar ese camino de vuelta hacia mi persona, y llegué a la conclusión obvia de que lo importante es el camino, y no la meta. Por eso, con la conciencia de que vuelvo a disfrutar en este proceso de teclear, comienzo de nuevo a escribir, aunque tenga poco para decir...
Y aunque no haya nadie para verlo, la luz ha vuelto, y eso es lo que importa.