He ahí mi pequeña corte de luciérnagas, brillando en la luz del amanecer.
Iluminan y velan mi sueño y su ronroneo, cantado a coro con las olas, es la nana que me acuna, alejando las pesadillas de mis noches y alumbrando con su compañía las primeras luces de la mañana. Rivalizan con las estrellas, con quienes comparten el destino de ser mis pequeñas hadas madrinas a las que pido tontos deseos y a las que saludo cada día, cuando su turno de vigilia ha terminado y mis sueños ya no necesitan guardian.
Imagino a todos esos hombres, cuya vida ha seguido siempre la partitura de un balanceo, levantándose cada noche, ya sin la prisa que impone la obligación, y alumbrando un nuevo alba haciendo lo que han hecho siempre: pescar, mirar a las estrellas, y ver como la noche deja paso a las primeras luces y a los primeros rayos de sol.
¡Qué envidia poder gozar de esos amaneceres! ¡Qué afortunada soy por compartir sus mañanas!